Nuestro cuerpo se encuentra colonizado por infinidad de microorganismos, y a su conjunto lo llamamos ‘microbiota’. Nuestra piel, nariz, ojos, genitales, aparato digestivo… hasta la sangre presenta multitud de microorganismos. Esta ‘invasión’ ocurre durante el nacimiento, los microorganismos pasan de la madre al bebé en el momento del parto y fundamentalmente a través de la lactancia materna. Esta microbiota (tradicionalmente llamada ‘flora’) queda establecida en los primeros años de vida aunque puede modificarse a lo largo de nuestra vida. Con diferencia, es en nuestro intestino grueso donde se encuentra el mayor número y diversidad de especies microbianas.
El ADN aportado por los microorganismos supera aproximadamente en 400 veces al nuestro por lo que, genéticamente, somos más microbios que humanos. Y no se trata simplemente de una legión de ‘micro-mascotas’ o un ‘micro-zoo’ que tenemos en nuestro interior, sino que es esencial para nuestra supervivencia y estado de salud. La microbiota intestinal forma un auténtico ecosistema en equilibrio. Hoy día sabemos que alteraciones en este equilibrio (proceso llamado disbiosis) pueden relacionarse con multitud de procesos crónicos como la inflamación intestinal, el colon irritable, cáncer colorrectal y también la diabetes, síndrome metabólico, enfermedades cardiovasculares, obesidad, alergia y asma. Hasta nuestro sentido del humor, conducta, ánimo, salud mental e intelecto pueden afectarse por esta microbiota a través del llamado ‘eje cerebro-intestino’ (autismo, enfermedad de Alzheimer y Parkinson, depresión y ansiedad).
Es conocido que las personas ‘sobre-protegidas’ en su infancia (esterilizar el chupete, sin contacto con animales, vida en ciudad, lavado excesivo de manos, etc.), presentan una microbiota menos diversa que los hace más propensos a las alergias.
La obesidad es un factor de riesgo importante para el desarrollo de numerosas enfermedades, como por ejemplo, las cardiovasculares. Un aspecto conocido es que la microbiota intestinal de obesos y delgados es diferente (en la obesidad hay cierta disbiosis intestinal, que contribuye al riesgo cardiovascular). De hecho, sabemos que si la microbiota de una persona delgada se transfiere a un obeso (lo que se llama ‘trasplante fecal’), el obeso, adelgaza. Y en ratones, también se ha descrito el efecto inverso, el ratón delgado se transforma en obeso al recibir la microbiota intestinal de una persona obesa. Son muchos más los ejemplos disponibles: Si a ratones sanos transferimos la microbiota de enfermos de Parkinson, los ratones desarrollan los síntomas de la enfermedad. También, ciertos voluntarios sometidos a trasplante fecal han comentado ‘que se notan raros, pensando o comportándose de forma diferente a como lo hacían’ (cambios de actitud); y así, un largo y apasionante etcétera.
La microbiota intestinal está influenciada por numerosos factores: genéticos, ambientales y estilos de vida; pero es nuestra dieta la que más le afecta. Sabemos que existe una interacción continua y recíproca entre nosotros y nuestra microbiota. La microbiota transforma los constituyentes de alimentos y éstos a su vez, también pueden modificar la microbiota. Pero estos procesos no ocurren igual en todos los individuos pues depende de la microbiota de cada cual. Esto contribuye a que exista una gran ‘variabilidad inter-individual’, es decir, no todas las personas responden por igual al consumo de alimentos e incluso también de fármacos. Al igual que existe la ‘medicina personalizada’ que considera tratamientos específicos según el individuo, también caminamos hacia la ‘nutrición personalizada’, donde los alimentos y dietas van dirigidos a obtener el beneficio máximo y específico según la persona.
Seguir una dieta rica en frutas y verduras, como la mediterránea, es beneficioso para la salud. Esto se debe en parte a ciertos constituyentes de alimentos vegetales, los polifenoles, a los cuales tradicionalmente se les ha atribuido un papel protector frente a enfermedades crónicas como las cardiovasculares, neurodegenerativas y cáncer. Sin embargo, en los últimos años han surgido controversias y los resultados de distintos estudios no son concluyentes. Un ejemplo es la granada. En el grupo de ‘Alimentación y Salud’ del CEBAS-CSIC fuimos pioneros en el mundo al identificar que cuando ingerimos ciertos polifenoles presentes en la granada, fresas, nueces, etc., llamados elagitaninos, nuestra microbiota intestinal los transforma en otras moléculas más simples, pero con actividad biológica, llamadas urolitinas. Y aquí encontramos un ejemplo de ‘variabilidad-interindividual’ pues no todas las personas pueden realizar este proceso de forma similar.
Los ‘metabotipos’
Hay personas (aprox. el 10% de la población) que no pueden producir estas urolitinas (lo que conocemos como tipo metabólico o ‘metabotipo’ 0). El resto que sí puede, tampoco producen las mismas urolitinas. Según el tipo de urolitinas, hay personas con un metabotipo que llamamos ‘A’ (aprox. el 70% de la población), mientras que otras personas son del metabotipo ‘B’ (aprox. el 20%). Digamos que la transformación de estos elagitaninos nos sirve como herramienta para identificar grupos de población con diferente microbiota intestinal. Lo interesante es que estos porcentajes se refieren a personas sanas y de peso normal, mientras que en personas con sobrepeso-obesidad, el % de metabotipo B sube al 30%; y aún más en pacientes con síndrome metabólico o cáncer colorrectal, donde el % de B (45%) es ya superior al A (40%). Como habíamos comentado, la microbiota intestinal es diferente según los individuos, especialmente en algunos desórdenes o enfermedades en los que existe disbiosis intestinal, como en la obesidad, síndrome metabólico y cáncer colorrectal. Así, en nuestro grupo de investigación hemos descrito que según el tipo de urolitinas producido (y que identificamos en la orina de las personas), podemos detectar si puede existir cierto desequilibrio en la microbiota intestinal. Es decir, presentar metabotipo B sería como un biomarcador (como un semáforo) para identificar disbiosis intestinal (o predisposición a ésta).
La granada
En el caso de la granada, se había descrito su potencial preventivo frente a enfermedades cardiovasculares, especialmente al mejorar los lípidos (grasas) en sangre, disminuyendo la concentración de colesterol total, de LDL (‘colesterol malo’), etc. Sin embargo, recientes revisiones que analizan todo lo publicado sobre este efecto han concluido que el consumo de granada no mejora los lípidos en sangre. Pero nuestro grupo ha encontrado la respuesta a tal discrepancia: Si se consideran todos los individuos por igual, estamos asumiendo que el efecto de la granada debe ser el mismo en todas las personas, cuando hemos visto antes que existe una gran variabilidad interindividual en la transformación de sus constituyentes bioactivos. El secreto: encontrar cuál puede ser el criterio para diferenciar el efecto entre personas, por ejemplo, agrupándolas según su metabotipo, reflejo de la microbiota intestinal.
Así, nos planteamos evaluar el efecto del consumo de un extracto de granada en los lípidos sanguíneos de un grupo de 50 personas sanas con sobrepeso-obesidad, pero considerando la capacidad de esos voluntarios para transformar los elagitaninos de la granada en urolitinas; es decir, viendo si el diferente efecto de la granada estaba relacionado con el ‘metabotipo’ específico de estas personas.
El estudio
Realizamos un ensayo clínico en 50 personas sanas con sobrepeso y obesidad, donde todos los voluntarios consumieron dos dosis de extracto de granada (1 cápsula/día en la dosis-1; y 4 cápsulas/día en la dosis-2) y un placebo en diferentes fases del estudio y con periodos de descanso entre cada tratamiento. Cada tratamiento duró 3 semanas y el ensayo se prolongó durante 6 meses.
-Se evaluó el efecto en 24 marcadores de riesgo cardiovascular, incluyendo desde colesterol total, LDL, HDL, etc. hasta 20 subtipos de estos lípidos sanguíneos y sus formas oxidadas. La edad media de los voluntarios fue 46 años y el índice medio de masa corporal (IMC) fue 30,4 (obesidad a partir de 30). Por ejemplo, al inicio del estudio, la concentración media de colesterol en sangre considerando todos los individuos era 209 mg/dL, ligeramente superior a la recomendable (menor de 200 mg/dL).
-Un primer resultado interesante fue que al analizar la orina de los voluntarios, y agruparlos según su metabotipo (31 del tipo A; 16 tipo B, y 3 tipo 0) observamos que los voluntarios de metabotipo B tenían peores valores de lípidos sanguíneos que el A y el 0 (en 10 de los 24 analizados). Por ejemplo, el valor medio de colesterol en sangre en los voluntarios de metabotipo A era de 201 mg/dL, mientras que en los de metabotipo B era 235 mg/dL, que ya se considera una concentración que debe reducirse. También el LDL (180 mg/dL), y de forma importante su forma oxidada (LDLox) presentaron valores muy por encima en el B respecto al A. Por tanto, las personas obesas con metabotipo B tenían más riesgo cardiovascular que las obesas de metabotipo A.
-El consumo del extracto durante 3 semanas, especialmente a la dosis-2 (efecto dosis-dependiente), disminuyó de forma importante diversos marcadores de relevancia clínica (-15,5% colesterol total, -15% LDL, -47% la fracción pequeña de LDL, -12% la apolipoproteina B, -24% la LDLox, etc.); pero este efecto solo se observó en los voluntarios con metabotipo B. Es decir, estas personas que estaban en una zona de riesgo cardiovascular, cambiaron tras el consumo de la granada hacia una franja de valores normales. Sin embargo, si hubiéramos considerado el efecto en todos los voluntarios a la vez, sin diferenciar por metabotipos, solo se habría observado cierta tendencia pero ningún efecto relevante, en parte debido a que la granada apenas ejerció ningún efecto en los voluntarios del metabotipo A o 0. En otras palabras, solo al agrupar los participantes por metabotipos, se pudo observar un efecto específico, personalizado, en los voluntarios obesos con metabotipo B. Por tanto, la granada reduce el riesgo cardiovascular… pero según las personas (nuestras bacterias deciden…). Un ejemplo de nutrición personalizada.
El estudio se ha publicado en la prestigiosa revista internacional Molecular Nutrition & Food Research (González-Sarrías A, García-Villalba R, Romo-Vaquero M, Alasalvar C, Örem A, Zafrilla P, Tomás-Barberán FA, Selma MV, Espín JC. Clustering according to urolithin metabotype explains the interindividual variability in the improvement of cardiovascular risk biomarkers in overweight-obese individuals consuming pomegranate: A randomised clinical trial. Mol. Nutr. Food Res. 2017; doi: 10.1002/mnfr.201600830).
Juan Carlos Espín es Profesor de Investigación en el Grupo de Alimentación y Salud del CEBAS-CSIC (Campus de Espinardo, Murcia).